- Las campanas suenan
en mi habitación, que difícil es pedir perdón, ni tú ni nadie,
nadie, puede cambiarme.
- Calla, que cantas de
pena.
- Eso es mentira. Uno me
dijo una vez que podría dedicarme a cantar. Y largo, que no puedes
ver al novio.
- Querría follar.
- Una mierda. Era un
entendido en la materia.
- En la materia de
follar.
- ¡Largo! Has herido mis
sentimientos – puso cada de herido doliente, con las manos
sujetando su corazón. - Y además no puedes ver al novio.
- Largo tú, que no
puedes ver al novio.
- Es mi habitación.
- Es la mía.
- Te dije que esto no era
buena idea.
- Pues a mí me ha
parecido maravillosa.
- ¿Vivir juntos?
- Mil campanas...
- ¿Has visto? Todas las
campanas de la ciudad dándole y dándole.
- ¡Que fuerte!
- Y dijiste que querías
casarte en el altar mayor de la catedral; y ahí nos casamos.
¡¡Chúpate esa!!
- Joder, pero eso lo dije
porque pensaba que era imposible y que así te lo pensarías. Lo de
Chúpate esa, no te pega nada.
- Y nos lo hemos pensado
6 meses.
- Solo hace 4 meses que
nos conocemos, así que imposible lo de los 6. Y la espera era por si
te arrepentías. Te noto que en tres días me darás la patada.
- Tú serás el que me
vas a dar la patada en tres días.
- No tú.
- No tú.
- No tú.
- Me levantas dolor de
cabeza.
- ¡¡¡Basta!!! A
nosotros sí que nos levantáis dolor de cabeza – gritó en la
puerta Óscar.
- Y de huevos – añadió
Manu.
Los tres mosqueteros
estaban en la puerta. Dispuestos a la batalla.
- ¡¡Vamos!! - indicó
resuelto Fito, ante las dudas de sus compañeros.
Una legión de gente
portando distintas ropas y útiles diversos invadieron la habitación.
- Como es evidente que no
podéis hacerlo solos, y nos tenéis hasta el moño y no queremos
acabar la ceremonia a las 3 de la tarde de mañana o que todo acabe
en un soberano desastre, esta gente os va a arreglar para la boda.
- Pero te dije – Ramiro
señaló con dedo amenazante a Óscar - os dije... - amplió la
amenaza del dedo a los otros - ...
- Ramiro – le
interrumpió Manu - cállate de una puta vez. Nos tienes hasta el
moño. Te vas a poner ahí de pie y estos señores y estas señoras
te van a dejar como nuevo.
- Y tú – añadió Fito
señalando a Jorge – a la habitación de al lado.
- Es la de mi hermano...
- Así matamos dos
pájaros de un tiro, que seguro que ese está en bolas como si lo
viera. ¡¡Vamos!!
- Pero habíamos
previsto...
- Echar un polvo, que os
conocemos. Pues será después, en el baño del restaurante. Ya está
todo previsto.
- ¿Previsto? ¿En el
baño del restaurante?
- Vuestra incontinencia
sexual es tan conocida, que digo conocida, ¡famosa!, tanto como
vuestra incontinencia verbal. Vamos – señaló al personal que
acababa de invadir la habitación de los novios - A la carrera,
solo tenemos hora y media.
Dos fornidos asistentes
agarraron a Jorge por los brazos y lo elevaron llevándolo raudos y
veloces a la habitación de al lado. De nada sirvieron los pataleos
ni los improperios que salieron por su boca. Su hermano Carlos, que
en contra de lo que todos pensaban ya estaba perfectamente vestido,
se sentó en una esquina en el suelo, a disfrutar del espectáculo.
- Esto es injusto. ¿Pero
qué dices? Yo no me pongo eso. ¡¡Ramiro!! Diles algo, despídeles
o algo, no te quedes callado. ¡¡Me violan!!
- Aguanta, cariño,
aguanta. Voy a llamar al FBI. Y yo tampoco me pongo eso. ¡¡Óscar!!
Te juegas el trabajo. Mañana en la puta calle.
- ¡¡A callar los dos!!
- Gritaron al unísono los tres mosqueteros.
- ¡¡Mi pelo está
bien!! ¡¡Quita esas tijeras!! - Ramiro intentó rebelarse.
- Tío, que me quieren
maquillar. ¡¡Os odio a todos!!
- ¡¡Joder, como os
estáis pasando!! Os despido a la voz de ya.
- ¡¡Ramiro!! Que me han
tirado los calzoncillos rotos que tanto te gustan.
- Oye, oye, que eso me da
morbo. No dejes que los tiren. ¡Devolverle inmediatamente los
calzoncillos rotos!
- ¡¡Mis calzoncillos
rotos!! Trae pacá, jodido. Que te los querías quedar, que te he
visto.
- ¿Los has cogido?
- Joder, que me estos dos
armarios no me sueltan. ¡¡Suéltame!!
- Jorge, mi amor, no te
rindas... los calzoncillos.
- Ya están guardados –
dijo uno de los miembros del personal de servicio permanente en casa
de Ramiro, Filomeno de nombre y camarero de planta, como en las
pelis de ricos y nobles ingleses del siglo XX. “Serán guarros y
pordioseros, montar este pitote por unos gayumbos a que caen a
tiras”, pensó para sus adentros el tal Filomeno.
Pum.
Pum
Pum.
Tres portazos. Cada uno
de los mosqueteros, cerró una de las puertas de las habitaciones.
Adelina, la manicura, sacó su iphone y puso música a todo volumen.
Así que por mucho que gritaban y gritaban y pataleaban, los dos
contrayentes no encontraron audiencia. Los peluqueros, maquilladores,
los manicuras y los sastres, realizaban su trabajo con alegría y
diligencia. Dos armarios vigilaban de cerca a cada uno de los novios.
Los mosqueteros pasaban de una habitación a otra vigilando que todo
fuera sobre ruedas.
Jorge los miraba con
odio.
Ramiro los miraba con
ansias de venganza. “Estáis despedidos”, decían los rayos gamma
que salían de sus ojos, cual lenguas de fuego salidas de cualquier
dragón de Harry Potter.
Los tres mosqueteros,
imperturbables.
- A veces, hay que tomar
decisiones drásticas – le comunicó muy serio Óscar a Ramiro,
mientras sus dos armarios lo aplastaban a la silla para que no se
escapara de la manicura.
- ¡¡Joder!! que me
quieren poner pestañas postizas – gritó desesperado Jorge –
pero el dedo amenazante de su armario nº 2, dirigido directamente a
su entrecejo, le quitaron las ganas de echarse a correr y huir,
aunque llevara puestos unos gayumbos de Armani que le sentaban de
vicio.
Tuvo la tentación de
echarse a llorar un rato, porque estaba nervioso, porque no le
gustaba lo que veía, y porque se iba a casar, joder, se iba a casar
y no lo tenía claro.
- ¡¡Que no me caso!! –
gritó de repente.
- Yo tampoco – se
solidarizó Ramiro en el cuarto de al lado, que aunque no podía oir,
había sentido el grito en las vibraciones de la casa.
- Vaya que si os casáis.
Como que nos llamamos Óscar, Fito y Manu.
El novio Ramiro estaba
listo. Lo sacaron en volandas los dos armarios y no lo soltaron hasta
llegar a la limusina nº 1.
- Estás muy guapo,
Ramiro – le dijo Juanma el chofeur, guiñándole un ojo.
- No me tientes, que te
despido a ti también. Esos tres ya están sentenciados.
- El obispo les espera
con los brazos abiertos. 290 fotógrafos, 89 cámaras de televisión,
856 plumillas. Deben estar impolutos. Acabo de pasar delante de la
catedral y es una locura lo que hay allí.
- ¡¡Ah!! - Ramiro abrió
la boca de asombro. Estaba acostumbrado a concitar el interés de los
medios, pero tanto...
Los armarios lo metieron
dentro del coche. Fito y Manu también entraron para ir explicando
el protocolo.
- ¿Y cuando podré
follar?
- A la llegada del
restaurante. 30 minutos en el servicio. Ya está acordonado.
- ¿Estáis de coña?
- No. Segunda vez que lo
preguntas.
- Antes, en la iglesia,
te recibirá el obispo. Andarás por el pasillo central hasta el
altar. Allí esperarás que llegue Jorge. A Jorge lo llevará al
altar su hermano Carlos, que es su padrino.
- Joder.
- Mientras paseas por el
pasillo, vete mirando a los invitados y los saludas. Está el
presidente del gobierno, el de la comunidad, el de la diputación, el
alcalde de la capital, el del pueblo, el del pueblo de tu madre y el
de París, que estaba por aquí y lo hemos invitado. El presidente de
la patronal, los secretarios generales de los sindicatos, el
presidente de la comunidad de vecinos, el del gremio del ramo, el del
otro ramo, el de los floristas. La presidenta de las abuelas del
rellano, el de los majos desnudos, el presidente de la agrupación de
actores porno, Ernesto el escritor y sus hijos, Tomás y Arturo y sus
parejas. Tatojimmy y Adri Kilmer.
- ¡Ah!
- ¿Y todo esto? ¿Cuando
se ha organizado?
- Mientras vosotros
pasabais el día discutiendo y follando. Que tiernos.
- Antes de todo, es
importante, atiende: posado ante la prensa. Alguna declaración del
tipo: “Estoy muy ilusionado de haber encontrado al amor de mi
vida”. “Es el día más alegre de mi vida” “Jorge es la
pareja perfecta”. “Soy un hombre feliz”.
- Si te hacen preguntas
sobre la diferencia de edad o de posición económica: “El amor
llega cuando llega, sin entender de esas cosas, no pongamos puertas
ni apellidos”.
- Sonríe, aunque te
cagues en la madre que lo parió.
- Debes dar la palabra a
una periodista que lleva una pamela verde, Aitana, del periódico de
la montaña. Estará en la esquina de la derecha. Te preguntará algo
sobre si este acontecimiento te cambiará la vida.
- Y tú sonreirás con un
poco de suficiencia y dirás: “querida Aitana, ya me la ha
cambiado. Llevo seis meses en una nube. ¿No me ves más joven y
alegre?”.
- ¡¡Basta!! Pero qué
sarta de... ¿Seis meses? Son cuatro.
- Al alcalde de París lo
saludarás con efusividad. Recuerda que tenemos esos negocios en su
ciudad y lo necesitamos.
- ¿Y estaba por
casualidad...?
- En realidad lo has
invitado. Pero hemos hecho que parezca casual. Por si se entera el
alcalde de Londres y el de Nueva York, para que no se sientan
discriminados. Ya sabes como son estos políticos, que enseguida
tienen pelusilla.
- ¡¡Ah!! ¿Y Jorge?
Fito miró su Ipad:
- Ya está en la
limusina. Tienes para todo esto 10 minutos, hasta que llegue Jorge.
De todas formas, pararán unos metros antes, por si no estás en
posición todavía.
- Y el pobre se va a
tener que enfrentar a todo esto. Justo todo lo que odia. “Las cosas
de ricos”.
- No te preocupes, está
Óscar con él.
- ¿Y eso debe
tranquilizarme?
- ¡¡Claro!!
- Ya llegamos – dijo
Juanma por el intercomunicador.
Fito se acercó a Ramiro
y le colocó bien la pajarita. No se pudo contener y le dio un suave
beso en la frente.
- Estás perfecto,
Ramiro. El novio más guapo del mundo.
- El segundo, Jorge es el
primero.
- Para mí no.
- Ains. Que te me vas a
echar a llorar...
- Luego lo haré, en los
postres – dijo seguro de sí mismo.
- No sé yo – murmuró
Manu.
- Joder, que gentío.
- ¡¡A por ellos!!
- Si yo solo quería
casarme.
- Y es lo que vas a
hacer.
- ¿A que me fugo?
Pero los dos armarios lo
miraron a través de sus gafas de sol para quitarle la idea de la
cabeza.
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