Mira que bonita escena de pasión sobre la alfombra del cuarto de estar. Mira esos besos apasionados, en la boca, en el cuello... ¿No te poenen a cien?
domingo, 31 de enero de 2016
sábado, 30 de enero de 2016
Creías que no iba a llegar, pero ya es sábado. Mega Post.
Pues sí, ya es sábado. Y Rey nos ha preparado este super-mega post. Un post maravilloso y estupendo, lleno de hombres con los que soñar.
Pero una cosa, si tienes a tu hombre a tu lado, disfruta de él, que es de carne y hueso.
Y para acabar, esta maravillosa verga.
Pero una cosa, si tienes a tu hombre a tu lado, disfruta de él, que es de carne y hueso.
Y para acabar, esta maravillosa verga.
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viernes, 29 de enero de 2016
Y nuestros nominados son...
Hay una polémica estos días en los Oscar a cuenta de que no hay ningún nominado que sea afroamericano. Destacados hombres y mujeres negras han declinado ir a la ceremonia por este motivo.
Hoy desde aquí, para solucionar este problema, he propuesto estas nominaciones.
Los nominados son:
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jueves, 28 de enero de 2016
Unos novios y un mucho de arte.
Es una de las cosas bonitas que tiene el amor. El arte que parece que desprenden.
Esta pareja representa lo mejor que es capaz el hombre. No sé como puede haber personas que esto les incomode.
El fotógrafo es Matt Lambert.
Los modelos son Kris Kidd y Cameron Lee Phan.
Felicidades a los tres y al resto de las personas que participaron en esta sesión.
Esta pareja representa lo mejor que es capaz el hombre. No sé como puede haber personas que esto les incomode.
El fotógrafo es Matt Lambert.
Los modelos son Kris Kidd y Cameron Lee Phan.
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miércoles, 27 de enero de 2016
Vuelve Allen King.
Ya sabéis que soy muy fan de Allen King. Y como hacía tiempo que no os ponía nada de él, hoy os traigo unas fotito de Allen en acción.
Grande Allen King. Yo de vosotros me hacía fan de él.
Grande Allen King. Yo de vosotros me hacía fan de él.
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martes, 26 de enero de 2016
El escritor quiere saber. Final.
Antes de leer el último capítulo de "El Escritor quiere saber", disfrutemos de unos guapos chicos.
Las fotos son cortesía de mi amigo Rey. Vayamos con la historia.
El escritor quiere saber (final)
Seguía haciendo frío. Álvar caminaba encogido sobre sí mismo hacia la librería. Esta semana serían las últimas reuniones. Al final las echaría de menos. Después de aquel día en que una señora le puso de vuelta y media sin saber muy bien a qué se debía esa inquina, las cosas habían vuelto a la normalidad. Algunas personas que habían disfrutado de verdad con la historia, otros que no tanto, algunos que no les había gustado, pero de buen rollo, hablando de las cosas, del tema, de las palabras, de la estructura...
Las fotos son cortesía de mi amigo Rey. Vayamos con la historia.
El escritor quiere saber (final)
Seguía haciendo frío. Álvar caminaba encogido sobre sí mismo hacia la librería. Esta semana serían las últimas reuniones. Al final las echaría de menos. Después de aquel día en que una señora le puso de vuelta y media sin saber muy bien a qué se debía esa inquina, las cosas habían vuelto a la normalidad. Algunas personas que habían disfrutado de verdad con la historia, otros que no tanto, algunos que no les había gustado, pero de buen rollo, hablando de las cosas, del tema, de las palabras, de la estructura...
Álvaro le había
propuesto seguir con las reuniones durante un par de semanas más.
Pero sabía que estaba siendo un esfuerzo grande para él. No sacaba
rentabilidad a las citas, y le estaba empezando a pasar factura en
sus relaciones familiares. Empezaron con una semana y luego, con la
emoción, habían pasado casi mes y medio con al menos tres reuniones
cada semana. Y muchas acababan pasadas las 10 de la noche. Todo era
muy bonito, pero sus hijos necesitaban de vez en cuando colgarse del
cuello de su padre.
Así que se excusó con
el cansancio y con una posible gira organizada por la editorial. Y
con su próxima novela que estaba escribiendo. Esto último era
mentira, y lo primero, una remota posibilidad comentada como globo
sonda, nada más. Y la gira sería los fines de semana, que él, por
mucho que vendiera, no podía permitirse de momento dejar su trabajo.
Del actor que no era
actor sino músico, nada de nada. Solo sombras en sus sueños.
Sombras que no sabía como calificarlas. Solo sabía que no se sentía
bien. Que en el fondo, necesitaba una explicación. Y además, en su
cabeza aparecía cada vez con mayor insistencia la pregunta de que si
de verdad había llegado a sentir algo por él.
Algunas noches, en sus
sueños, caminaba por pasillos interminables. Pasillos medio a
oscuras, en todo caso iluminados con tubos fluorescentes que se
apagaba y encendían con una cadencia incontrolada. A él le parecía
que era al ritmo del viento que hacía en un bosque cercano. No veía
el bosque pero sabía que estaba ahí. El zumbido de las luminarias
acompañado por los silbidos del viento a la luz mortecina de una
luna que moría un poco cada día, ponían banda sonora al sueño. A
parte de estos murmullos quedos, el silencio dominaba la escena. Un
silencio que en ocasiones le permitía escuchar con imperturbable
claridad el latir de su corazón.
- Buenas tardes ¿cómo
estás?
Los primeros asistentes
empezaba a llegar. Como todos los días, Álvar los recibía uno a
uno en la puerta. Les daba dos besos, uno, un abrazo, un sobrio
apretón de manos, dependiendo de lo que necesitaban. Éste chico le
desconcertó. Primero porque era el asistente más joven que había
asistido a sus lecturas públicas. No pasaría de los veintidós o
veintitrés años. Y segundo, porque sus ojos irradiaban una luz
deslumbrante. No es que fueran bonitos, que lo eran, sino que tenían
una fuerza que salía de dentro que era capaz de arrasar los Pirineos
de una sola mirada.
- Me alegra que te hayas
animado a venir por aquí.
- Soy tu fan number one.
Me he leído la novela tres veces.
Intercambiaron unas
palabras más. Se enteró de que tenía ya veintiséis, que había
abierto una tienda de ropa con una amiga, y que le gustaría crear su
propia marca de ropa.
- Como Zara.
Detrás de él llegaron
una señora de unos 60, con sus gafas colgando de una cadena,
entusiasmada con la idea de asistir a la reunión. Resulta que esa
señora era amiga de aquella que se las hizo pasar canutas, la noche
en que apareció Carlos. O Andrés. O Federico. O Saúl. O como se
llamara en realidad, le daba igual.
La señora de las gafas
le llevaba a la señora rancia y ésta a
“esequenosabíacomocalificarnillamar”. La señora que creyó ver
un pequeño gesto de desesperación de Álvar al recordar a su amiga,
no dudó en asegurarle que ella no era de la misma calaña que su
amiga. Y que además, a ella le había gustado mucho “Muchachito”.
Álvar respiró tranquilo. Durante unos instantes pensó en
preguntarla a que se debía tanta inquina, pero la llegada de un
matrimonio se lo impidió. Luego llegaron un par de conocidos del
trabajo y también una pareja de dos hombres. Le gustaba ver a
parejas así acudiendo a actos sociales con toda normalidad. Y le
daban envidia. Ya le gustaría a él poder hacer lo mismo. Coger a
su novio o marido e ir caminando hasta la librería de la calle Laín
Calvo para charlar sobre una novela cualquiera, con sus autores o con
otra gente que le hubiera gustado.
Pero no era posible. Su
hombre no había aparecido. Su historia con Marcos ya era cosa
lejana. Casi dos años. Y la verdad, ahora no recordaba nada de todo
aquello con ilusión, con envidia, con ganas de repetir, de estar con
él de nuevo. No echaba de menos ni siquiera el sexo. De todas
formas, había descubierto un chapero que en caso de necesidad le
hacía pasar un rato agradable. Adri, se llamaba. Un chico estupendo,
muy alegre y de esos que son buena gente. Una vez incluso lo llamó y
no hizo sexo con él. Solo hablaron. Más bien, le dejó hablar a él
y se lo hizo pasar genial. Casi le perdona la chapa “pero si ni
chapa ni ná. Si ni la e sacao pa mear, la hostia puta.” Pero
Álvar insistió en pagarle. Es que había sido mejor que una terapia
con un psicólogo.
- Ya estamos todos,
escritor.
Álvar apartó por un
momento su vista de Bruno, un encofrador que se había declarado fan
de su forma de escribir. “Me gustas desde el blog”, le decía
todo orgulloso. “Y la novela fue la hostia”.
- Pues empezamos,
librero.
Sonrió a Álvaro al que
notaba un poco cansado. Tenía que recordar comentarle de que a lo
mejor sería buena idea cancelar las últimas reuniones para que él
tuviera más tiempo.
Fue una reunión muy
agradable. Todo hablaban entre ellos, mostraban en público esas
cosas que les había movido por dentro. Para asombro de Álvar, el
benjamín de la reunión, Eduardo, era uno de los que más
participaba. “la escena esa de la plaza, con Hugo en el suelo
pisoteado por su pareja, lloviendo, me hizo, te lo juro, me puso la
piel de gallina”. Me recordó a un ex mío, Kike. Joder como me las
hizo pasar. Pero es que...” y luego la señora de las gafas
apuntaba detalles de otras relaciones que conocía, e iniciaron un
cambio de opiniones muy interesante. Y los demás apostillando o
contando sus historias. Álvar sacó en un momento su Mosquino para
apuntar algunas de las ideas que estaban exponiendo y que le gustaban
para historias futuras.
Estaba pleno.
Y de repente, empezó a
sonar una suave música. Violín.
.
.
Sonrió porque pensó que
Álvaro estaba preparando el camino para ir cerrando. Eso solía
indicar que no daba a la reunión más de veinte minutos. Álvar se
giró para indicarle de alargar más la reunión, pero para su
sorpresa se lo encontró completamente traspuesto. Estaba dormido.
Miró entonces al local,
más allá de los contertulios. Y lo vio. Carlos, Julián, Ramiro o
Prometeo. No sabía como se llamaba. Pero era él. Lo miraba
fijamente mientras tocaba. Y lo hacía con tanta delicadeza que
parecía que la música acariciaba su piel. La gente se fue volviendo
y dejaron su charla. Era emocionante escuchar esa música. Era
emocionante porque parecía irle como anillo al dedo a la última
parte de la novela.
El violinista acabó su
pieza. Todos aplaudieron. Él sonrió agradecido y saludó como si
estuviera en un gran escenario.
- Diego Romaní, es Diego
Romaní – afirmó Eduardo – Es que me gusta mucho la música y
para que negarlo, está como un pan. Lo vi una vez en Valencia, es
genial. Casi me lo ligo, pero se me adelantó un fulano así de mucho
empaque. Lástima para él. Qué guay que lo hayas traído. A lo
mejor será tu novio. No me lo puedo creer que buen gusto que tienes.
Y yo que creía que te podría tirar fichas y ligarte... dime que no
es tu novio ¿Lo es?
Todo esto se lo contaba a
Álvar. Ésta última pregunta la hizo en un tono que aprecía
indicar que estaba asustado por la posible respuesta.
- Tranquilo, que puedes
ligártelo. Solo somos amigos o lo que sea.
- ¡Ah! - hizo una pausa
– al que me quiero ligar es a ti.
Agachó la cabeza. Le
había parecido una buena opción lanzarse en ese momento, pero una
vez que se escuchó en voz alta su desafío, se sintió ridículo.
Acababa de conocerlo. Le entraron ganas de irse con cualquier escusa.
Pero Álvar le sonrió agradecido y le puso la mano sobre la suya. Y
un suave roce de su dedo pulgar le hizo cambiar nuevamente de opinión
y quedarse. Aunque por un momento, le sonó a película ya vista. Y
de repente le sonó todo a impostura.
Los aplausos despertaron
a Álvaro. Estuvo desubicado durante unos minutos, pero al final,
cuando recuperó el sentido de la realidad, dio un pequeño salto.
Era más de las 10 de la noche. Álvar interpretó el gesto y dio por
terminada la charla. Intentó abreviar con la gente, firmar los
libros sin dar muchas vueltas a las dedicatorias. Dejó para el final
a Eduardo. Se dieron un abrazo y éste aprovechó para dejarle su
número de teléfono y un beso en la mejilla.
- Solo quedamos tú y yo.
Álvar sonrió mirando al
violinista.
- Me pone por favor estos
6 ejemplares.
Se los alargó a Álvaro
para que se los cobrara, sin apartar la mirada de Álvar.
- Parece que tengo un
competidor.
El escritor levantó las
cejas. Para su mente quizás poco atrevida, tanto el considerar al
otro chico del que había olvidado ya su nombre o al violinista, del
que estaba por conocerlo todavía, le parecían dos hechos llenos de
una realidad absolutamente ficcional.
La puerta se abrió de
repente. Un joven desgarbado, con el pelo enmarañado, entró como un
torbellino. Fue tan apresurada la entrada que casi se tropieza con la
mesa supletoria en donde estaba dispuesta una pila de los libros de
Álvar.
- Perdón, perdón –
dijo mirando a todos lados, buscando sin duda al librero. - Por
favor, ¿me firma el libro? No he podido venir antes, mi relevo en
la cafetería no ha venido y no me he podido escapar. Y lo he sentido
mucho, tenía muchas ganas.
Otro chico deslumbrante.
Esto si que era raro. En una misma tarde, en un espacio de dos horas,
3 chicos deslumbrante parecían estar colados por los huesos del
escritor. Porque a Álvar le quedó claro que esa nueva aparición
estaba nervioso porque estaba delante de él. Y que no era por ser
escritor, sino que su mirada traslucía algo muy parecido a la
adoración con mayúsculas. Posiblemente sin ese apresuramiento no se
hubiera atrevido a cercarse nunca. Se quedó mirando a este nuevo
personaje. Parecía más mundano que el de la tienda de moda. Joven y
guapo sí. Pero ahora que se fijaba, éste parecía tener esas cosas
que tienen la gente normal que acaba de salir de trabajar, brillos en
la piel de pasar un día ajetredo y no haber ido a casa a ducharse,
ropa de todos los días, ojos de cansado aunque con ganas de juerga.
Y un deje de timidez en su gestualidad general que parecía real.
Álvar empezaba a estar
un poco enfadado. Tuvo la tentación de echar con cajas destempladas
a esta última aparición y a su violinista. Estaba cansado de estas
historias. “¿Por qué me importan en realidad?” “¿Que es
verdad y que es mentira? Tanta mentira te hace dudar de la verdad, si
es que hay algo verdadero en esta vida.”
El camarero se fue una
vez conseguido el libro. Se quedó con ganas de hablar más con el
escritor y sin duda de intentar tener una cita con él. Su naturaleza
tímida no ayudaba. Y su percepción de que en realidad no estaba a
la altura de ese tipo de gente, tampoco contribuyó. Pero lo que le
convenció para irse, es la sensación que sintió desde que entró:
no era bien recibido. Pensó que sería que no tenía el glamour
necesario para que alguien tan intelectual como un escritor se
interesara por hablar con un simple como él. Se fijó en el otro
joven, con un violín en la mano. Ese si que estaría a su nivel. “Yo
soy un mierda”.
Álvaro trajinaba a toda
prisa por la librería. Álvar se dio cuenta de que debían irse. No
le apetecía salir a la vez que el músico porque eso le obligaría a
tener una conversación con él y la verdad no le acababa de
apetecer. Por un lado, quería salir de dudas. Por otro... empezaba a
estar cansado de toda esa historia.
- Cenemos aquí, a la
vuelta de la esquina.
- Antes fírmame los
libros, please.
Al abrir el primer libro,
encontró el carnet de identidad del violinista. Diego Romaní del
Molinar. Miró la foto, miró el nombre y sin más, se lo devolvió.
Era un gesto innecesario después de la actuación del chico de la
tienda de moda. Ahora habría que preguntarse cómo se llamaba en
realidad ese “Eduardo”.
- Id mejor al
“Guillermín”, en la plaza. Se come bien y cierra tarde. Allí
trabaja el chico de antes.
Álvaro sonreía de medio
lado. Conocía lo suficiente a Álvar para saber que no estaba a
gusto con la situación. “Al menos sabrá donde encontrar al otro”.
- Mejor vamos a ese
primero que has dicho – dijo Eduardo. - Tenía buena pinta – era
una tontaría lo que había dicho, porque no conocía ni el uno ni el
otro, pero no le apetecía lo más mínimo encontrarse con ese
camarero.
- Vamos donde quieras.
La cosa fue sencillamente
desapasionada. Álvar no estaba por la labor y aunque Diego se
esforzó en pedir disculpas en que se olvidara de todo lo pasado, no
consiguió avances apreciables. Luego hablaron de música y de arte y
ahí estuvieron a gusto. Pero si alguno de ellos esperaba que
surgiera una chispa que rompiera el maleficio enquistado en esa
relación viciada por las circunstancias, no ocurrió.
- ¿Por qué?
Salió la pregunta en
medio de una disertación que Diego habia empezado sobre la novela de
Álvar. Al principio dio la sensación de que no había entendido la
pregunta. Pero poco a poco, su rostro fue mudando a una expresión de
impotencia. No sabía explicar lo que había hecho. No sabía
encontrar un por qué. No tenía respuestas y eso que las había
preparado. Solo sabía que iba a perder algo que en realidad nunca
tuvo pero que, tarde, pero había descubierto que quería y
necesitaba. Y ahí fue consciente de que todo lo que hiciera iba a
ser en vano.
Hablaron un rato más
sobre alguna cuestión política. Los camareros esperaban ya a que
acabaran para cerrar e irse. Álvar se levantó y pidió la cuenta
pero Diego se había adelantado cuando se levantó para ir al
servicio y ya había pagado.
- Te tengo que firmar los
otros libros.
Se quedaron mirando un
buen rato. Uno valoraba invitar al otro a su casa y el otro estudiaba
la forma de recuperar algo de lo perdido.
- Otro día si eso.
Diego se rindió. No
estaba acostumbrado a luchar por las personas. La gente venía a él,
lo buscaban y le decían lo que quería escuchar. No veía la
necesidad de rebajarse y luchar por alguien. Tenía la sensación de
que perdía algo que le iba a venir muy bien, algo que amaría,
porque ya lo amaba. Que serenaría su espíritu, porque lo había
hecho durante muchos meses cada noche, en la distancia, en secreto.
Pero ese aspecto de su vida lo tenía muy descuidado. No veía la
necesidad de luchar por ello. Quizás el orgullo ayudaba. Además,
con tanta gente que se le aparecía de motu propio y se le rendía
sin condiciones, seguro que surgiría alguien que sería tan bueno o
mejor que ese escritor del que se iba a despedir para siempre.
- ¡Que te vaya bien en
la vida!
Álvar asintió con la
cabeza. Se acercó a él y le dejó un suave beso en los labios. Le
acarició la mejilla suavemente y lo miró a los ojos, profundizando
dentro de él. Sonrió tristemente. Le hubiera gustado estar ahí
dentro. Le llenaba ese hombre henchido de arte y de genialidad. Y
también de orgullo y mentira. Pero no estaba seguro que a la otra
parte le importara él. Y eso era primordial. Volvió a acercar sus
labios a los de Diego y dejó un nuevo beso, el último. Más sentido
que el primero, más dulce. Y su caricia más cálida. Después se
giró y empezó el camino de regreso a su casa.
Diego miró como se
alejaba. Suspiró decepcionado. Ese último beso le había dejado un
sabor amargo a pérdida y derrota.
Su historia ya había
acabado. Muchas respuestas que había preparado para muchas preguntas
que no le había hecho. Ahora lo sabía: había perdido.
Álvar se subió los
cuellos del abrigo, metió sus manos en los bolsillos y subió los
hombros para intentar retener el mayor calor posible. La noche estaba
fría, incluso empezaba a caer una suave cortina de niebla. No se
había dado cuenta de nada de eso hasta ese momento.
Su historia ya había
acabado. Muchas preguntas quedaban sin responder. Algún día quizás
se las contestarían.
Pensó en llamar al chico
de la tienda de moda, por comprobar. Pero estaba seguro que
contestaría Diego.
Y pensó en ir a buscar
al chico del bar, pero no le parecía correcto que fuera la opción B
de esta historia que acababa. Ese chico se merecería una historia
para él mismo siendo la primera opción, aunque no floreciera nada
de ahí.
Quizás con un nuevo día,
sería una historia nueva.
Pero al fin podía
descansar tranquilo: esta historia ya había acabado. Aunque en el
fondo, le dolía que así fuera y sin querer reconocerlo, hubiera
dado cualquier cosa porque la historia tuviera una segunda parte y el
final fuera muy distinto.
Buscó en el bolsillo y
sacó un viejo paquete de tabaco. Hacía tiempo que no fumaba. Pero
esa noche, era la adecuada y recordar viejos tiempo y echar un par
de caladas camino a casa, solo, helado de frío y desencantado con la
vida.
Fin.
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